VEGAPUJIN

VEGAPUJÍN
La casa de mis abuelos en "La Viliella"
El río perdido de mi pueblo Vegapujín

Desde Fasgar a Aguas-Mestas, pasando por mi querido pueblo Vegapujín, Posada de Omaña, Torrecillo, Barrio de la Puente, Marzán, Villaverde, Cirujales, es decir, corriendo a lo largo de todo el Valle Gordo y dando vida a estos ocho pequeños pueblos de montaña, regaba prados y surcos de patatas, un cristalino arroyo de montaña del mismo nombre, que los del lugar denominaban simplemente como “el río” y que sin saberlo, en su humildad, centraba la vida de aquellos pueblos medio perdidos.

 De él, saciaban la sed personas y animales, con la naturalidad de la costumbre asumida en el transcurso de los años, lo mismo que se respiraba, o se engendraban los hijos en las largas y nevadas noches de invierno.

Su cauce, desviado a una pequeña presa, generaba en su caída la fuerza suficiente para mover la pesada piedra del molino, donde –mi abuelo- el tío Fernando de la Viliella transformaba el grano en rica harina de centeno, que después de un laborioso y duro trabajo de mi abuela María, terminaba siendo una importante fuente de alimentación llamada “hogaza”.

El río, sin querer, a lo largo de sus catorce kilómetros, alimentaba con sus humedades, los cientos de robustos chopos que aportaban la madera que generaciones consumieron para sus casas, muebles, y aperos de labranza. De la poda, las hojas se guardaban en la “corte” donde invernaban las cabras y las ovejas para su alimento.

Todo esto y más generaban aquel querido río, que nacía en lo más profundo de la montaña y nos regalaba su puro y precioso líquido, así como truchas, que los “rapaces” sacábamos a mano debajo de las piedras, con una técnica que nadie enseñaba, primitiva y hermosa.

Pasaron años, muchos años, se conocieron pueblos, ciudades, mares y enormes ríos, otras culturas y formas de vida, y yo seguía buscando mi pequeño arroyo de montaña y mis truchas de lomo dorado. Como no lo encontraba, me decidí, lo deje todo y volví a aquel lugar tan querido.

¡Que iluso fui, y que poco preparado estaba para afrontar la realidad!

La “civilización y el progreso” había entrado en el Valle Gordo, apoyada por los cantos de sirena de la Comunidad Europea, y todos los labradores se habían transformado en ganaderos de vacas de leche.

Esta profesión tan digna, tuvo en los pueblos del Valle Gordo, consecuencias funestas de medio ambiente, sobre todo para aquel cristalino y puro arroyo, que se convirtió en un liquido marrón y apestoso, contaminado totalmente por el estiércol producido por tantas vacas. Montones enormes de estiércol por doquier, ya que la orografía del terreno no permitía posicionarlo en otra parte que no fuese, al lado del río.

¡Mi río había muerto, y con él, también parte de mis sueños!


Nota:
Esto ocurrió hace veinte años, y hoy, de quince ganaderos en el pueblo, apenas queda algo de aquella frenética actividad, lo que conlleva una recuperación paulatina de aquella zona- también del rio-y de mis queridas truchas de lomo dorado.

Confiar y esperar.


f.m.b.

Sevilla
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En recuerdo a  mi abuela María, mujer de Fernando



     Los rayos solares de aquel caluroso verano, daban frontalmente en la torre de la iglesia del pueblo sin dejar sombras, iluminando totalmente su fachada, señal inequívoca que eran las doce del medio día.

     Una mujer, pequeña de estatura, vestida completamente de negro, encorvada por el peso de los años y dos cestos de comida, iniciaba la ascensión hacia las Chanas, donde dos de sus hijos y un nieto, segaban el centeno, que apoyaría la alimentación de todo un año.

     Esta mujer, que había parido once hijos y sacado nueve adelante, tenía un recorrido de hora y media por cuestas interminables, con un sol de justicia y dos cestas con comida caliente para cuatro personas. Si, este prodigio de tesón y abnegación, era la abuela María, aquella que cuando ordeñaba las vacas le decía a su nieto ofreciéndole la cañada, -toma bebe rapaz, que está caliente-, sin preocuparse por supuesto si había que hervirla antes o no. Su concepto de la equidad, la hacía freír dos huevos para el hijo mayor, porque era el que soportaba el mayor peso de trabajo, y sabía que a nosotros, nos tenía que bastar con uno, no había para más.

     De estos personajes no habla la historia, pero si lo debemos hacer aquellos que conocimos sus hechos, que hoy recordamos como si hubiese sido ayer. Cuando nos llenaba las cazuelas de aquel rico guiso de patatas calentado en un fuego de leña y superpuesto milagrosamente sobre las oscuras trébedes, y ella, con su cazuela llevada en la palma de la mano, salía a darle de comer al gocho, y volver ya comida. No se sentaba ni para ese vital menester, sus interminables faenas domesticas no le daban respiro y aun de pasada, tenía el gesto de acariciarte pasando su trabajada y áspera mano por la cabeza.

     Que asombro causaba la abuela María, y hoy, en la enorme distancia del tiempo, su recuerdo se agiganta casi como un hecho irreal. Su estirpe fue irrepetible, no sabía leer ni escribir, tuvo un hermano General Laureado, y una hermana que en las largas tardes de invierno, recitaba poesías populares de memoria y aprendidas de oídas. Si abuela María, tu testigo fue recogido por tus nueve hijos, que siguieron fielmente tus enseñanzas, y estos a su vez entregado a tus nietos, que son los que hoy a través mío, en estas entrañables Fiestas Navideñas de amor y recuerdo a los seres queridos, quieren honrar tu memoria.

f.m.b.
Sevilla

Comentarios

Piorno ha dicho que…
Amigo Nano,
Como bien sabes, no hace mucho que estuve en Vegapujín y, como también sabes, pasé largos minutos contemplando el alerce desde el puente sobre ese río que con tanta nostalgia recuerdas. Para tu tranquilidad, las aguas bajan claras y cantarinas. Probablemente no tan cristalinas como en los tiempos de tus recuerdos, pero bajan limpias.

Sobre el sentido y bien merecido homenaje que haces a tu abuela María, permíteme decirte que hace ya algún tiempo tiempo, pensando en mi padre, escribí en mi blog un relato que pretendía ser un pequeño homenaje a esos héroes incognitos que fueron nuestros padres y abuelos; hombres y mujeres que, commo tu abuela María, por la época que les tocó vivir, trabajaron duro e incansablemente hasta su último aliento sin jamás exalar una sola queja; verdaderos héroes que, aunque, por no aparecer nunca en la televisión ni en ningún otro medio de comunicación, hayan sido héroes desconocidos; y que, únicamente, gracias a personas sensibles y agradecidas, como tú, son recodados públicamente.

Un abrazo
Piorno
Fernando Moreno Bardón ha dicho que…
Gracias amigo Piorno por compartir tus palabras en este Blog, y también por unirte a esas personas que recuerdan aquellos seres que tanto debemos, como fueron nuestros padres y abuelos. Si pensáramos un poco más en ellos y las proezas que llevaron a cabo, probablemente seriamos más realistas y humildes en nuestras pretensiones y exigencias.

Un abrazo.
Nano