Viajando por España II






Yo soy yo y mi circunstancia,
y si no la salvo a ella no me salvo yo.

José Ortega y Gasset
Meditaciones del Quijote



Salimos de Ávila el veinticuatro por la mañana, volviendo la vista hacia la incomparable muralla con la tristeza propia de las despedidas, y recordando los celebres versos de la Santa.

“Vivo sin vivir en mí.
Y tan alta vida espero.
Que muero porque no muero”.

El destino era el complejo hotelero La Peña en el denominado Balcón del Bierzo en Congosto, a unos kilómetros de Ponferrada. Ni por lo más remoto nos imaginábamos un lugar semejante, ya que el hotel está situado muy cerca de la ermita Virgen de la Peña, a ochocientos metros de altura.

Las vistas son impresionantes. Al pie mismo del hotel, el pueblo de Congosto parece de juguete, el embalse de Bárcena y la montaña al fondo crean una visión que airea las fibras sensibles del corazón y demuestra una vez mas la grandeza de la naturaleza.

Después de llenar el espíritu con las obras creadas por el hombre en días pasados, sienta bien descubrir que tiene que haber alguien superior que de una manera misteriosa los hilos que permitan realizar tanta belleza.

Teníamos pensado permanecer dos días en La Peña, pero han sido tres. Vayamos por partes porque estos tres días han dado para mucho. Como llegamos pasado el medio día, para desentumecer las piernas de las horas pasadas al volante, echamos una partidita de golf en un precioso campo a menos de un kilómetro de nuestra residencia, por cierto, inaugurado hace un par de años por el hijo predilecto de Ponferrada y prologuista del gran libro de nuestro querido amigo Piorno “Héroes de la oscuridad y el silencio”, Luis del Olmo. Al día siguiente viernes 25 y día de Ntra. Sra. Misericordia, después de desayunar y siguiendo el curso del Sil en su nacimiento, nos encaminamos hacia Villablino para continuar la complicada ruta de Murias de Paredes y Vegapujin. Digo complicada ruta, porque la carretera de Villablino a Murias, está cortada ya va para dos o más años, para preservar según los ecologistas, no sé qué especies de raros pájaros. Si esto es cierto, y no tengo porque dudarlo, es posible que la excesiva repoblación de estas aves, origine otro problema en sentido inverso, y tengan la carretera cortada otros dos años más.

Cuando los campos de cereales, las plantaciones de cítricos, los inmensos bosques de olivos, son paramos donde los microrganismos desaparecen por los efectos de la química proyectada, hay quien clama al cielo por un nido de aves. Toda vida en respetable, pero señores, la vida es una constante toma de decisiones que tienen que estar fundamentadas y no buscar lo espectacular y de actualidad.

Solo estuvimos unas horas en mi pueblo, el tiempo suficiente para mostrar a mi compañera de viaje, la vieja casa de mis abuelos, el famoso alerce de la Viliella, y como no, mis queridas truchas de lomo dorado.

Hacia las tres de la tarde ya en Villager de Laciana, latiendo el corazón un poco más acelerado de lo normal, abro la puerta de La Cantina y me doy de frente con la inconfundible y querida imagen de Luciano. Descubro su enigmática sonrisa y me doy por satisfecho, es un gesto de amistad que le agradezco y correspondo. Saludo a las personas conocidas, y Guinea nos invita amablemente a unas copas con los consabidos nisos escabechados que Luciano, con su diligencia habitual, coloca en el mostrador.

Después de charlar de todo un poco, Guinea aclara que viene de recoger patatas con la inestimable ayuda de los tres mozos allí presentes y que para compensar tamaño esfuerzo, los quiere invitar a comer a su casa. Miraba yo un poco de reojo a los tres “jornaleros”, y ya empecé a dudar de lo que me contaba Guinea, viendo a uno de ellos vestido con camisa corbata y enfundado en una elegante chaqueta. Me dije para mis adentros, (veremos como continua la historia). En esto que nuestro amigo Guinea, sin que quedara ninguna duda de su actitud, nos dice a mi compañera y a mi, -vosotros os venís a comer también a mi casa-. Dicho y hecho, solamente me dio tiempo a despedirme de Luciano con un fuerte abrazo y en un momento nos plantamos en la casa de nuestro anfitrión y su encantadora esposa Fina.

La mesa estaba preparada como si se tratara de dar a comer a una cuadrilla de segadores asturianos, no faltaba de nada, desde los sabrosos calamares, las croquetas caseras, pasando por un jugoso arroz con langostinos, para ir acercándonos poco a poco a una fuente de pollo (que a tenor de su exquisito sabor, sería de corral). No faltó la ensalada de tomate y cebollas de propia cosecha, todo ello regado con un buen vino de la tierra, que generosamente escanciaba Félix como si fuese suyo.

Por fin supe el nombre de los tres esforzados jornaleros. El mas elegante con su corbata y camisa se llama Tino, que según se dijo era el capataz del grupo y el que hacía que trabajasen los demás. Toño, emparentado con el dueño de la casa, parecía el mas apropiado para un trabajo tan rudo como recoger patatas, por lo fuerte que estaba, y el tercero Félix, con la pinta de intelectual que tenia, me hubiese gustado ver como sacaba patatas de la madre tierra.

En el transcurso de la comida, se dijeron tantas cosas, que estos tres personajes y Guinea me recordaron a los Tres Mosqueteros de Dumas, pero en sentido inverso, ya que en la novela el lema era “Uno para todos y todos para uno “y en este caso fue “tres contra uno y uno calladito”.

Esta lucha dialéctica entre los tres Mosqueteros y D’Artagnan, se originó, porque según decían los tres Mosqueteros, la calidad del vino servido, no correspondía a su alcurnia, y que sabían de muy buena tinta, que en la bodega de aquel castillo, había unas botellas de Gran Reserva especialmente guardadas para los señoritos y gentilhombres de Madrid o Paris (este dato no lo recuerdo con exactitud).

Fue una comida redonda, sabrosa, con humor, con gracia y derrochando amistad y afecto, que difícilmente olvidaremos.

Gracias amigos, gracias Guinea por tu generosidad y el orujo de arándanos, y nuestra felicitación y agradecimiento a Fina por su simpatía y buen cocinar.

Comentarios

Paco Cerezal ha dicho que…
Conozco a todos los comensales del banquete celebrado en casa de mis buenos amigos Guinea y Fina -porque estoy seguro de que aquello fue un banquete, casi me atrevería a decir que, en cierto modo y salvando las distancias, se parecería al banquete de Platón-. Yo también me senté en más de una ocasión a aquella mesa y pude degustar los estupendos guisos de Manolo Guinea. Estupendo cocinero, aunque sin llegar a alcanzar la categoría de su padre, también de nombre Manolo y de apodo Guinea, que, en la cocina, era un fuera de serie. Hubo un tiempo en que Luciano, con su habitual sorna, a la casa de Guinea la llamaba “La fonda del sopapo”, porque raro era el día en el que algunos, como el tal Félix, no se dejaran caer por allí a la hora de comer. Hermosos, a la vez que tristes, recuerdos. Hermosos por los buenos momentos allí vividos y, tristes, al pensar en la situación actual de mis entrañables amigos Guinea y Fina, divorciados y con problemas de todo tipo. (CONTINUA)
Fernando Moreno Bardón ha dicho que…
Siento mucho la situación que viven Fina y Guinea de la que no tenía noticias. Tengo un gran recuerdo de los momentos vividos en su casa, que guardaré celosamente.
Gracias por tus palabras aclaratorias Paco, que como siempre dejan ese toque histórico y humano tan propio tuyo.
Un abrazo